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Fray Antonio Margil de Jesús,
el caminante de los pies “alados”
1657 – 1726
Antonio Margil, nació en Valencia, España el sábado 18 de Agosto del año 1657. Su nombre completo fue Agapito Luis Paulo
Antonio. Sus padres fueron Juan Margil y
Esperanza Ros. Recibió el bautismo en el
Templo de San Juan del Mercado o de los
Santos Juanes, el 20 de Agosto y sus padrinos de pila Antonio Fradella y
Paula Castillo. Como Cristo, entra al mundo en un ambiente pobre, en una
familia de clase media. Pero tenía una gracia natural, un carácter que lo hacía
agradable, de palabra y trato fácil, un gran conversador y una alegría que
nació juntamente con él. Tuvo dos hermanas, una fue casada y otra tomó los
hábitos franciscanos, de las que se desconoce su nombre.
Su niñez pasó sin duelos. Desde pequeño tuvo un no sé qué
tan de sustancia que lo hacía agradable. La sal de su carácter abría camino en
el corazón de las gentes. Era alegre y bromista y sazonaba sus charlas con
refranes y decires viejos. Pero además de su gracia natural tenía la marca de
la otra gracia que es don divino y mantiene alto el espíritu. Era suave y
apacible, bueno sin esfuerzo y ejemplar sin poner diligencia en parecerlo. Su
caridad florece muy temprano y su humildad madruga: a los siete años se priva
de alimento para llevarles pan a los niños pobres de su escuela. Iba mostrando
ya aquella sencillez encantadora que habría de llevarle a planos altísimos de
perfección, a llamarse, sintiendo la profunda verdad que en ello iba: “la misma
nada”.
A los 16 años de edad tomó el hábito y la cuerda de
novicio de la Orden
Franciscana, en el convento de La Corona de Cristo de
Valencia. Un año después, en la tarde del 25
de abril de 1674 hizo su profesión como religioso. Por la mañana, durante
la misa, oiría aquel Evangelio de San Lucas, que dice: «La mies es mucha y los obreros pocos…»« Id: mirad que os envío como a corderos en medio de lobos…
No llevéis saco ni alforja, ni calzados…». Y
obedeciendo al Señor en la primera oportunidad que tuvo dejó España y se vino
al Nuevo Mundo. “La misma nada” como él se decía, iba naciendo para Cristo en
el claustro del Convento de la Corona.
Tenía 18 años cuando le enviaron a estudiar filosofía al convento
de San Antonio de Denia, en Alicante, España. Allí dejó recuerdo de su carácter
entretenido y gracioso y aventajó en el estudio a casi todos sus compañeros. Ni
se sabía cuándo estudiaba, dice uno de sus biógrafos, porque pasaba los días
buscando trabajos en qué ayudar a los frailes, pues era enemigo de la
ociosidad.
Así que hubo terminado el curso de tres años de
filosofía, volvió a Valencia, al convento de la Corona de Cristo a estudiar
Teología; y refieren sus superiores que por las noches después del coro de
maitines, bajaba a la huerta a rezar el vía crucis con una pesada cruz a
cuestas y luego oraba en una ermita.
Meses después de haber cumplido veinticinco años, en el
año 1682, recibió las órdenes sacerdotales y fue enviado al convento de
Santa Catarina de Onda. Poco tiempo estuvo allá dedicado a la predicación y cuando
volvió a Denia tuvo noticia de que un padre franciscano llamado Antonio Linaz
de Jesús María, andaba en busca de religiosos de su orden que quisieran
misionar en América donde se fundaría el
primer Colegio de Propaganda Fide que sería un colegio apostólico en el que se
formaran misioneros constantemente para mantener viva la misión en América,
especialmente en la zona comprendida entre Querétaro y San Luis Potosí.
Margil que no le temía a la aventura que iban a
emprender, se despidió de sus hermanos de hábito en su primer convento el de la Corona de Cristo en Valencia y el
convento de San Antonio de Denia, en Alicante; así como de su familia de sangre: sus hermanas y le pidió bendiciones a su madre –viuda ya-,
y el 4 de marzo de 1683 se embarcó
en Cádiz rumbo a tierras americanas.
Repartidos en varios navíos venían Fray Antonio Linaz,
Prefecto de las Misiones de Propaganda Fide en América, Antonio Margil de Jesús
y sus ilustres compañeros Pedro Antonio Frontera, Juan Bautista Lázaro, Antonio
Llanzor, Melchor López de Jesús (quien será el primer compañero de Fray
Margil en 10 años de misión), Pedro
Sitjar, Sebastián Bizquerra, Antonio Torres, Franciso Estéves, Miguel
Fontcuberta, Francisco Frutos, Francisco Cazañas de Jesús María, Francisco
Hidalgo, José Díez, Miguel Roche, Antonio Perera, Damián Massanet, Antonio
Bordoy –que aún no se ordenaba- y los hermanos legos Tomás León, José Martínez,
Jaime Linaz y Jerónimo García.
El padre Margil
fue uno de
los 24 franciscanos seleccionados para integrar el Primer Colegio de Propaganda
Fide en Querétaro. El viaje fue de setenta y cuatro días de penosa travesía con borrascas
que llevaban al peligro de naufragio de las embarcaciones.
Al desembarcar en el Puerto de Veracruz, tres meses
después, se encontraron con un panorama desolador: tres piratas habían atacado
y saqueado la ciudad, dejando muchos muertos, daños en todos los hogares, las
calles y los templos parecían muladares y el aire muy contaminado por la basura
y cadáveres que nadie había sepultado. Fray Margil lloró de pena: así lo
recibía la Nueva España. Esa noche
durmieron en el convento de San Francisco, donde la pobreza era extrema.
Cenaron bizcocho prieto y frijoles. Pero ya el padre Linaz, como Cristo a sus
apóstoles, les había dicho: “lo que yo les ofrezco son espinas, no
conveniencias. Si a esto se resuelven. ¡Vamos!...” «Las aves tienen
sus nidos, las zorras tienen sus madrigueras, pero el Hijo del Hombre no tiene
dónde reclinar la cabeza».
Pasando por Puebla y la ciudad de México, llegaron a
Querétaro. Sólo dos semanas ocuparon en
acomodarse en su nueva residencia. Y desde el primer domingo de septiembre y
durante varias semanas se lanzaron por todos los rumbos de Querétaro,
predicando en templos, plazas, calles y esquinas donde se oyó la voz de los predicadores y el canto
de los misioneros.
Para el mes
siguiente, octubre, el padre Guardián Linaz, organizó una gran misión para la
ciudad de México, capital del Virreinato. La predicación sería en el santuario
de Guadalupe en el Tepeyac. ¡Hizo época aquella misión predicada por aquellos
locos enamorados de Cristo! El primer viaje de Fray Margil, su primera salida
de Querétaro. Era el año de 1683.
Fray Margil se
postró ante la imagen de la siempre Virgen Santa María de Guadalupe, madre del
verdadero Dios por quien se vive y encontró una tierna fe a Nuestra Señora de
Guadalupe; y, Santa María de Guadalupe sería su inmediata Superiora su
“Preladita”, imagen que lo acompañó en la mayoría de sus viajes, llevándola desde
Guatemala hasta el norte de México, donde fundó hospicios y ciudades con el
nombre de Guadalupe. Ponía ese nombre no sólo por la devoción a la milagrosa
imagen, sino porque le parecía que encomendando personas, ciudades, conventos,
misiones y hospicios a Santa María de Guadalupe, aseguraba el logro de buenas
fortunas.
(Nota):
La imagen de “La Preladita” se venera con gran devoción en la diócesis de
Zacatecas, haciendo un recorrido anual. El
Domingo de Pentecostés sale del Convento
de Guadalupe y está presente en la celebración eucarística en la Plaza de Toros, de allí se lleva en
procesión a la Catedral Basílica para
hacer el recorrido visitando la mayoría de las parroquias de la diócesis y
termina en la Catedral Basílica,de donde es llevada con gran solemnidad
nuevamente al convento de Guadalupe un domingo del mes de Noviembre, antes de
concluir el Año Litúrgico.
El 15 de Agosto de 1683por indicación del Padre Antonio Linaz, Fray Margil juntamente con
otros tres religiosos, fundó en Querétaro el primer Colegio de Propaganda
Fide para la propagación de la fe de América, con el nombre de Colegio de la Santa Cruz. Los Colegios Apostólicos
de Propagación de la Fe
(Propaganda Fide) eran centros de estudio muy completos, donde se preparaban
los franciscanos, tanto los novicios como los sacerdotes y misioneros que iban a lugares donde no se
había llevado la fe cristiana o a reforzar las misiones que tenían ya
establecidas.
1683 – l688
Fray Margil y fray
Melchor iniciaron su primer viaje hacia el sur. Aquella era la primera vez
que se veían solos, lejos de los suyos. Partieron de Querétaro a México,
Veracruz, Tabasco (donde organizaron una
misión), Campeche y Mérida. Hubo
Capítulo en la ciudad de Mérida y resultó electo Guardián Fray Melchor, pero él
humildemente renunció consultando a sus superiores, porque él había venido con
la ilusión de convertir infieles y no rehacer la vida de encierro y de
contemplación que hacía en su convento en Castilla, España. Además, quería ser
el compañero de fray Margil, pues Melchor, viendo a Margil de niño había
pronosticado “ha de ser mi compañero en las misiones de infieles”.
Caminaban a pie, sin guía ni pan seguro. No les importaba
la lluvia, el calor el sol o el frío, llenarse de lodo, herirse los pies con
espinas o abrojos o rasgarse el hábito era cosa frecuente. Nunca se quejaba
ni del calor, ni del frío, ni por el cansancio ni por el hambre o por
contingencias del tiempo. Muchas veces llegaban a los pueblos extenuados y sin
embargo, siempre estaban llenos de alegría y entusiasmo. Tenían presente lo que decía Santa Clara de
Asís: “Sentemos con dolor las plantas que han de pisar con gozo las estrellas”.
Tan extenuados
estaban, que cuando llegaron a Tuxtla ya no pudieron tenerse en pie, y fue tal
su gravedad que hasta les fabricaron ataúdes. Un día tenían alientos de vida y
otro agonizaban.
Había el peligro de que fray Margil muriera y hubo de recibir la Extremaunción(Santos óleos). Así que tuvieron fuerzas
para andar, continuaron a Oaxaca y Chiapas.
Un año y cinco
meses después de que dejaron el puerto de Tabasco, llegaron a Guatemala el 21 de septiembre de l685. Santiago de Guatemala, era una linda y
rica ciudad, aristocrática y paradisiaca. Una multitud de indios los saludaban
a su paso. Era la Guatemala señorial, la que recorrían con los pies desnudos
nuestros caminantes. Iniciaron una gran misión. Pero parece que la muerte los
perseguía, porque en 1686 cundió en Guatemala una epidemia de peste que mató la
décima parte de habitantes de la capital.
Los dos frailes
pidieron licencia para misionar en Nicaragua, Honduras y Costa Rica, llegando hasta Cartago (una de las
dos únicas ciudades que había en Costa Rica). En 1687 habían fundado entre Guatemala y Nicaragua más de 15
misiones con una gran población que fue bautizada. Todas las misiones eran
atendidas por otros franciscanos que residían en esos lugares.
1688 – 1691
Talamanca es el
nombre que comprende tres naciones de indios con su propia cultura, lógicamente
no conocían la fe cristiana. Esta región estaba situada en las montañas de
Costa Rica hasta los límites con Panamá. Habían sido agredidos por los
conquistadores españoles en sus personas, en su cultura y sus propiedades,
sometidos a esclavitud y no confiaban en ellos fueran caciques o frailes.
Fray Melchor
y Fray Margil en los primeros meses de 1689 salieron de Cartago
rumbo a la Talamanca. Pasaron grandes penalidades, con los indios talamancas y los térrabas, los primeros más
agresivos contra los españoles. Muchas veces estuvo a punto de morir de
hambre y de ser asesinado por los nativos. Ambos fueron recibidos a saetazos y
con golpes de hacha, pero salieron ilesos del trance ante el asombro de los
indígenas. En otra ocasión pasaron tres días de rodillas, sin comer ni beber,
custodiados por los indios. Pero sin duda, uno de los momentos más complicados
fue cuando fueron amarrados a un madero dentro de una hoguera, peligro del que
escaparon milagrosamente. Finalmente, los dos misioneros consiguieron su
objetivo que era evangelizar y convertir a los indios. Fundaron en la zona más
de una docena de misiones, enseñando a
los nativos a cultivar la tierra, construir casas y templos, conservar
alimentos y sistemas de riego y aljibes en lugares estratégicos captando el
agua de lluvia. La aventura en el país de los talamancas sería para Margil y
fray Melchor una de las más apreciadas.
1691 – 1694
El 25 de Agosto de 1691,
cuando planeaban seguir hacia el Sur, hasta Colombia, les llegó una orden del Comisario General de
la Orden Franciscana en la Nueva España
en la que se les mandaba volver inmediatamente a Querétaro. Tenían grandes
proyectos en aquellas regiones, las misiones eran prósperas, los indios estaban
deseosos de escucharlos; sin embargo cargando los ornamentos del culto, el
crucifijo y las sandalias y ofreciéndole a Dios su pena, emprendieron el viaje
hacia Guatemala, a la que llegaron el 2
de diciembre. Entraron al convento de San Francisco, con los pies llagados
e infectados por piquetes de moscos y espinas, con los hábitos rotos y remendados,
que no se sabía cuál era la tela original, ambos llevaban los semblantes
marchitos, pero con la alegría interior de la obediencia a la voluntad de Dios.
Al llegar a
Guatemala se les entregó la contraorden de ir a Querétaro, sino que debían
seguir misionando en centroamérica. Mucho gusto les dio y ya se disponían a
volver a la Talamanca, cuando el Obispo de Guatemala les pidió misionar en la
Provincia de la Verapaz al oriente de
Guatemala para pacificar a unos indios
rebeldes en la Sierra Lacandona. Ellos querían ir al sur y su Majestad (así
llamaba fray Margil a Dios), los llevaba
a otro rumbo.
Los dos frailes
trazaron una ruta muy importante para llegar a la Sierra Lacandona, que se
mantiene actualmente. A pesar de que estuvieron cuatro años entre tribus de la
Verapaz sufriendo vejaciones de los indios, no pudieron evangelizarlos y se
convencieron de que no había llegado la hora de la conversión para los
lacandones y regresaron con rumbo a Guatemala. Se encontraron en el camino a
cuatro padres de la Cruz de Querétaro, entre ellos Perera uno de los que
vinieron de España con fray Margil. Traían el nombramiento para fray Melchor,
quien desde el 9 de marzo de l692 había sido nombrado Presidente de las Misiones
de la Propaganda Fide en aquel territorio, por lo que los padres le debían
obediencia. Al ver sus hábitos, les proporcionaron un cambio.
Fray Melchor
despachó a Margil con fray Pedro de la
Concepción al pueblo chol de Belén en la Verapaz, para que aprendiera la
lengua cholti, y luego, hicieran un recorrido fortaleciendo la fe cristiana en
los pueblos choles que los franciscanos habían fundado años antes . El adiós de
fray Melchor y fray Margil debió de ser conmovedor después de haber vivido
juntos durante 10 años.
1694 – 1697
La fama de la
santidad de fray Margil se extendía por centroamérica. Resaltaba su dulzura,
amor a Dios y a los indígenas y su
humildad. En las misiones se encontraron con religiosos dominicos y mercedarios
y en estas regiones principalmente trabajaron juntos, aunque no sin problemas y
envidias. Ante la fama de fray Margil de conocedor para trazar caminos, se le
pidió trazar el de Yucatán-Campeche-Guatemala, pues lo habían encomendado a
personas del gobierno sin resultado positivo. Juntamente con fray Margil, los
dominicos realizaron la obra de construir esa carretera señalando todos los pormenores para que fuera
lo más segura posible, señalaron el rumbo para tocar los pueblos y en la obra
participaron más de 200 indígenas. Sin embargo como frecuentemente acontece, el
crédito le fue concedido al gobernador de Yucatán. Sobre los caminos trazados
por fray Margil, en Guatemala como en México, después se construyeron tramos
importantes de las actuales carreteras.
Se planeó la
misión a los lacandones de manera conjunta entre dominicos, franciscanos y mercedarios
y como fray Margil conocía la lengua lacandona, se le encomendó organizar la
misión. Allí conoció fray Margil a fray Blas de Guillén, de la orden de los mercedarios
con quien se entabló una gran amistad y a decir de fray Blas, su mejor maestro
de misión era el santo fray Margil, su maestro de lengua y de la manera de
catequizar.
Con gran esfuerzo y más de un mes de camino, se llegó a esos
lugares y fray Margil recordó que fray Melchor y él, un año antes habían estado a punto de morir
torturados por los lacandones en ese lugar.
En esta ocasión, la misión dio resultado y los indios escuchaban a los
misioneros y después de meses de misión se bautizaron la mayoría de ellos y
quedó establecida la misión con el nombre de Nuestra Señora de los Dolores por
el antecedente de los sufrimientos que pasaron allí fray Margil y fray Melchor
el Viernes Santo del año anterior.
Durante esos
años de misión en centroamérica creció
entre los indios su fama de “santo” y así lo nombraban cuando se dirigían
a él. Si estaban enfermos, Margil los curaba con medicamentos elaborados con
yerbas en lo que también era gran conocedor. En las travesías que hacía con
exploradores españoles y representantes de gobierno, juntamente con los
indígenas, el padre Margil compartía con los indios la bebida y la comida que le daban los españoles “él ya
se sentía americano” y a pesar de que le daban un lugar entre ellos para comer,
prefería hacerlo en el suelo con los indios. Por sus virtudes y amor se ganaba
el cariño y respeto de los indígenas. En
una ocasión, Fray Blas, le envió una
“petaquilla” de maíz de la que él comía y repartía diariamente a los indígenas,
a niños y a todos los que le pedían les daba una xicarilla (1/2 libra) y nunca
se agotaba el grano. Un mes y medio después, fray Blas fue al pueblo y todavía
comió del mismo maíz. Estas y otras maravillas contaba fray Blas, que había
visto en fray Margil.
En marzo de 1697, fue llamado por
el Comisario General de la orden Franciscana para que regresara a Querétaro, porque había sido nombrado Guardián
del Colegio Apostólico de la Santa Cruz, fundado por él a su llegada a la Nueva
España. Al enterarse, tomó su breviario,
su cruz y su ornamento, se despidió de fray Blas y de los indios, dándoles la
bendición. Lloraba él, lloraba fray Blas y lloraban los indios. ¡Cuánto le
había costado aquella misión lacandona!
Tomó camino
rumbo al norte en el mes de marzo en compañía del Padre Comisario General de
las Misiones, quien iba a caballo. Éste le ofreció a fray Margil una mula, pero
el padre Margil se lo agradeció y le dijo que prefería ir caminando. Lo
sorprendente era que el padre Comisario salía temprano en su caballo y el padre
Margil se quedaba largas horas confesando en los pueblos y a pesar de esto, siempre llegaba antes que el Comisario al final de la jornada. El padre le preguntó en una ocasión ¿Por dónde viene
usted que no lo veo pasar? Y el padre Margil le contestó: “tengo mis atajos y
Dios también me ayuda”. A lo que el Comisario replicó: “Temo que con este
hombre me ha de juzgar Dios, pues anda más él a pie, que yo a caballo”.
Desde su llegada a Querétaro y sobre todo en
Centroamérica fue creciendo la fama de fray Margil como un santo, por la vida
de gran santidad que llevaba y le llamaban “el santo”.
Cuéntase que yendo
para Ciudad Real (Guatemala), al pasar por una hacienda, donde era conocido,
unos hombres quisieron burlarse de “el
santo”. Para ello aconsejaron a uno de los peones que se fingiese enfermo.
Hízolo así, y al acercarse fray Margil le rogaron que confesase al moribundo.
Fuese derecho a él, lo miró atentamente, y luego de haberle palpado el rostro,
dijo a los presentes: “Ya este pobre murió: Dios tenga misericordia de su
alma”. Y sin más, continuó su camino. Los hombres lo movieron y le dijeron: “ya
no te hagas el muerto, ya se fue el fraile”. Con asombro descubrieron que el
que se había fingido enfermo estaba muerto.
Hizo escala en
Guatemala y se alojó en el convento de San Francisco. Un día, hallándose en el
templo, se dirigió a una señora que rezaba con gran devoción y a quien fray
Margil jamás había visto; y sin preguntarle quién era, le dio noticias de su
hijo, fray Blas Guillén, su anterior compañero de misión.
1697 – 1701
Bien merecido
tenía el nombre de “el caminante de los pies alados”, pues en apenas un mes, el
22 de Abril de 1697,
llega a Querétaro donde es recibido en
el camino real con gran alegría y repique de campanas, no solamente por religiosos, sino por
personas del vecindario y del gobierno, que deseaban volver a verlo o
conocerlo. Inicia su periodo como Guardián, durante tres años (hasta
1701), pues debió quedarse un poco más hasta que llegó su sucesor.
Todo Querétaro
fue testigo de cómo los domingos, el Guardián del Convento con algunos frailes
recorrían las calles predicando y cantando el “Alabado”. Al mismo tiempo que
fortalecía y edificaba el Colegio espiritualmente, lo hacía físicamente:
construyó una enfermería para los misioneros, una capilla a nuestra Señora de
los Dolores, dos aljibes en el claustro principal para recoger el agua de la
lluvia e hizo colocar en la huerta una enorme y hermosa cruz de piedra.
Fray Margil
llevaba dentro un ansia de evangelizar los pueblos de América y durante su
tiempo como Guardián no podía realizar sus sueños. Pero misionó en la ciudad de
Valladolid, ahora Morelia. Al final, el Obispo le pidió que diera un Retiro a
sus sacerdotes por la tarde de ese mismo día. El padre Margil, se sentó bajo una mesa, se cubrió la
cabeza y empezó a pensar lo que diría a sus oyentes. De allí lo llamaron para decirle
que ya era el momento de dirigirse a tan selecto auditorio. Fray Margil les
dijo tales cosas y con un fervor de espíritu que los sacerdotes decían: “Parece
que nuestro Señor nos ha puesto un ángel en carne para hablarnos porque un puro
hombre no puede hablar y convertirnos de esta manera”.
A
alguien muy allegado explicó: “Como yo le he dado a Dios mi corazón, mi mente,
mi cuerpo, mi alma y todas mis potencias, por eso, cuando Su Majestad (Dios)
quiere hablar, “mi nada” lo deja hablar y así resuena la voz de Dios que habla
lo que quiere a sus criaturas y yo me quedo como un niño que oye hablar a su
Padre”.
En sus años como
Guardián en Querétaro, envió varios religiosos a fundar misiones hacia el
Norte: una en Nuevo León y en las márgenes del Río Grande (Río Bravo) en el
lado mexicano se estableció la misión de San Juan Bautista de la que saldrían
después misioneros hacia Texas, San Francisco, San Diego, así como la misión en
la que después se fundaría la ciudad de San Antonio, Texas.
Personalmente realizó
una misión en la ciudad de México, resonando su voz y evangelizando con su
testimonio en iglesias, monasterios y plazas. También la ciudad de Celaya fue
pisada por los pies misioneros del apóstol.
Estaba
un día confesando en el Convento de la Purísima Concepción. Largas filas de uno
y otro lado del confesionario esperaban su turno. Al final de la fila había una
señora muy nerviosa. Buscaba consuelo y orientación ante los celos infundados
de su marido. Fray Margil la llamó y le dijo “Vuélvete con tu marido, que no te
hará mal, ya se le pasó el enojo”.
También siendo
Guardián del Colegio de la Santa Cruz de Querétaro, llegó por correo la noticia
de que en la sierra de Honduras, había muerto auxiliado por fray Pedro de la
Concepción, el “viejo” fray Melchor
López, su antiguo compañero de misión. La noticia le dolió en el alma y al mismo tiempo lo llenó de gozo. Estaba en
el claustro con sus compañeros religiosos. Mandó dar un doble repique de
campanas, llamando a duelo y al mismo tiempo dijo: “Si estuviera en mi mano, no
mandaba doblar, sino hacer sonar un repique muy alegre, porque ese ángel ya
está en el cielo”.
Se
dice que en una ocasión, viniendo de misionar el padre Margil, clavó el bastón
en el que se apoyaba en la huerta del convento y al pasar el tiempo, el bastón
comenzó a retoñar y se convirtió en un árbol que produce unas espinas en forma
de cruz. Dicho árbol se conserva hasta el día de hoy.
Terminado el
periodo de Guardián, quedaba libre para recorrer caminos. La ocasión no se hizo
esperar, fue llamado a Guatemala donde había grandes problemas por la falta de
misioneros. Querétaro lo despidió con gran tristeza. Margil tenía sentimientos
encontrados. Amaba esta misión, pero también las de centroamérica, él no era de
ninguna misión, sino misionero de Dios.
Lleno de caridad se acercaba a los
pecadores para llevarlos a Dios. Se cruzó con fray Margil un
Famoso
bandido, el que le preguntó a dónde iba. Margil le contesta “Camino a la
Gloria”. Y yo, ¿a
Dónde
camino? Preguntó el bandido. También para la gloria le respondió el religioso.
¿Cómo
Será
posible con esta vida que llevo? Muy fácil, deja esos malos pasos y haz una
buena
Confesión.
El bandido continuó su camino al lado de Margil y poco tiempo después,
arrepentido,
Pidió la confesión. Hizo confesión
de toda su vida. Fray Margil escribió un papel que cerró y
entregó al penitente, con
instrucciones de llevarlo a cierto convento y entregarlo en las propias
manos del Guardián. El hombre pregunta
cuál será su penitencia. “El que te duelas de tus
culpas y ofrezcas a Dios los pasos que
des al convento pidiendo su misericordia”. Llegó al
convento, feliz de haberse confesado.
Entregó el mensaje al Guardián y mientras éste lo leía,
el hombre cayó repentinamente muerto a
los pies del Guardián. El mensaje decía: “Dará usted
cristiana sepultura al portador de
este mensaje”.
1701 – 1706
En su segundo
viaje hacia el sur, sufrió las mismas o peores penalidades, cojeando por una
llaga en la planta del pie, llegó a su destino el año de 1701. Como siempre, llevaba una misión especial: fundar
en Guatemala con el nombre de “Cristo Crucificado”, el segundo Colegio de
Propagación de la fe. Por fin lograría su sueño
de tener un
seminario en Guatemala para formar misioneros que invadiesen las tierras del
sur; igualmente fundaría un Hospicio de
Misioneros, que era un lugar donde los evangelizadores podían permanecer
el tiempo necesario, meses tal vez, reponiendo las fuerzas para continuar a los
lugares de misión que se les habían asignado. Una vez fundado el Colegio, hubo capítulo y fray Margil resultó electo Guardián,
cargo que aceptó por obediencia, pues él era el “andariego de Dios” y prefería
andar recorriendo aldeas. En las obras de construcción era Guardián, arquitecto,
maestro y albañil.
Se
dice que durante la construcción del templo iban seis indios cargando una gran
piedra; que de repente uno de ellos resbaló, y que cuando iba a caerle encima
tan enorme peso, surgió Margil y, deteniendo con una sola mano la piedra, le
dijo al indio: “¡Ten hombre, no la dejes caer!”.
Se
habla que el padre Margil tenía la virtud de la “bilocación” (estar en dos
lugares al mismo tiempo). En otra
ocasión ante la falta de cal para la construcción, pensó fray Margil ir a la
ciudad próxima a solicitar cal para la obra. Al día siguiente llegaron a
Guatemala varias carretas llenas de bultos de cal. Al preguntarles quién les
había dicho de la falta de cal, dijeron que el propio fray Margil había ido a
solicitarlas. Después se supo que el padre Margil no había salido del
Colegio desde el día anterior.
Los medios de evangelización de Fray Antonio Margil de
Jesús eran su gran amor a Dios, el canto, la Sagrada Escritura y una cruz. Vestía un hábito muy pobre y remendado, el
sombrero en las mismas condiciones colgado a la espalda y en la cuerda,
pendiente, una calavera, que utilizaba en los sermones, para explicar la
finitud del ser humano y la dependencia de la criatura frente a Dios. Desde
un principio se caracterizó porque entraba a los pueblos o ciudades cantando el “Alabado” u otros
cantos que él llamaba “saetas”, así
como letanías a la
Santísima Virgen. El
siguiente texto del “Alabado” fue rescatado; y, autorizado en el año 1938 por el Excelentísimo señor
Cardenal D. José Garibi Rivera, entonces Arzobispo de Guadalajara.
“EL ALABADO”
“Sea alabado y ensalzado
el Divino Sacramento
en quien Dios oculto existe
de las almas el sustento.
Y la limpia concepción
de la Reina de los Cielos
que quedando Virgen pura
es Madre del Verbo Eterno.
Y el glorioso San José
electo por Dios inmenso
para el padre estimativo
de su Hijo el Divino Verbo.
Y esto por todos los siglos
y de los siglos amén.
Amén Jesús y María,
Jesús, María y José.
¡Oh dulcísimo Jesús!
Yo te doy mi corazón
para que estampes en él
tu santísima pasión.
Yo te adoro, santa cruz
puesta en el Monte Calvario,
en ti murió mi Jesús
para darme eterna luz
y librarme del contrario.
Madre llena de dolor
haced que cuando expiremos
nuestras almas entreguemos
por tus manos al Señor.
Quien a Dios quiera seguir
y a su gloria quiera entrar
una cosa ha de asentar
y de corazón decir:
Morir antes que pecar.
Antes que pecar, morir.
El “ALABADO”
cántico devoto y doliente que Fray Margil enseñaba a su paso, era cantado por
los peones de hacienda, al iniciar sus trabajos de la mañana y al terminar sus
jornadas al atardecer. Este canto era muy popular en los siglos XVIII y XIX.
Cantar en los caminos era vieja costumbre entre frailes
misioneros: cantaban para no sentir hambre, para aligerarse la fatiga. Para
ellos el canto era lo que para el soldado el toque de clarín y el golpe de
tambor… Pero fray Margil cantaba siempre, en ayunas o no, en camino o en
poblado, lo mismo hacía su compañero fray Melchor López de Jesús.Se calcula
que más de 40,000 personas recibieron el bautismo del Padre Margil.
Su camino no era
un simple caminar. Cuando al atardecer llegaba a un lugar, entraba cantando el
“Alabado”, predicaba, confesaba y rezaba el Rosario. Al día siguiente se
levantaba a las dos de la mañana, seguía con su trabajo de la noche anterior,
celebraba Misa y continuaba su camino todavía muy de mañana, juntando sus
alabanzas a Dios con las voces de las aves. Después de caminar descalzos, a
pie, comiendo frutos y yerbas (plátanos y yucas) que encontraban en el camino,
pues no llevaban consigo alforja ni alimentos, dormían a la intemperie o en corrales. Predicaban
donde podían y en esos lugares comían lo que les daban (frijoles y tortilla).
Normalmente
comían poco, pero además, ayunaban todos los viernes. Sus predicaciones siempre
concluían con el acto de contrición, la profesión de fe cristiana y el
“Alabado”. El fruto de sus sermones se reflejaba en el confesionario que
siempre estaba lleno y Fray Margil, no se levantaba hasta haber confesado al
último de los fieles, aunque pasara la media noche. Confesaba a todos los que
lo solicitaban, que no eran pocos. Motivaba siempre a la conversión y podía
pasarse largas horas de la noche confesando si era necesario, o se levantaba
antes del amanecer, para que no quedara nadie sin confesión, en hospitales,
conventos y cárceles se le solicitaba a donde llegaba. Todos querían confesarse
con él. Cuando llegaba a un lugar, venían a confesarse de pueblos vecinos.
En sus viajes misioneros, allí donde les parecía, en el
claro de un bosque o en la cima de un cerro, tenían costumbre –como tantos
otros misioneros- de plantar cruces de madera, tan altas como podían. Y ante la
cruz, con toda devoción cantaban alabanzas a Jesús. A pesar del cansancio
solamente dormían media noche, pues las otras horas, se turnaban fray Margil y
su compañero y se mantenían despiertos, en oración velando el crucifijo y
cantando el Alabado.
Fray Margil tuvo
intenciones de llegar a Perú, y después de seis años de estar
en Nicaragua y la zona Talamanca entre
Costa Rica y Panamá), recibió de su Superior, la orden de volver inmediatamente
a la Nueva España
para fundar el tercer Colegio de
Propaganda Fide en la ciudad de Zacatecas.
1707 - 1710
El 12 de enero de
1707, llegó fray Margil al hospicio
de Nuestra Señora de Guadalupe, situado a una legua al sur de la Ciudad de Zacatecas. Era
allí donde debía fundar el colegio; pero apenas se detuvo: siguió de largo y
entró en la ciudad de la mucha riqueza, toda ella como en un incendio: rojo el
caserío roja la tierra y el crestón de La Bufa. Fuese
directamente al convento de San Francisco a tomar la bendición del provincial
Fray Lucas del Castillo, y, así que la tuvo, pasó a presentarles a las
autoridades civiles la Real Cédula de Fundación del Colegio y volvió con sus
frailes al hospicio.
En 1707 fundó en Guadalupe, Zac., el tercer Colegio de Propagación de la fe en
América, del que fue Presidente-Guardián hasta 1711. De este Colegio habrían de salir los franciscanos que
evangelizarían el norte de México hasta lo que ahora es el sur de Estados
Unidos y fundarían otros Colegios Apostólicos en estos lugares. Desde entonces
Zacatecas se llamará la “Evangelizadora del Norte”.
Lo que primero hizo de acuerdo con la comunidad del
colegio, fue designar “Prelada” de él, (su Superiora) a la Virgen del Tepeyac, pues grandísima
devoción le tenía. De Zacatecas organiza un viaje a Guadalajara: pasando por
Villanueva, Jalpa y Juchipila; de Guadalajara visita Valladolid
(ahora Morelia). Va a Durango, pasando por Fresnillo y Sombrerete. Después, llega
a San Luis Potosí y Santa María de los Lagos, actualmente Lagos de
Moreno. Funda misiones en San Luis Potosí, Tampico, Valle de Valles, Sombrerete
y Saltillo. La comunidad del Colegio
Apostólico de Guadalupe iba aumentando rápidamente. Mes a mes llegaban
aspirantes a misioneros. El culto a la Virgen del Tepeyac era mucho mayor que antes.
Pero no todo era triunfo en la evangelización, estando en
Zacatecas, recibió la noticia de que en Talamanca, dos misioneros
franciscanos habían sido decapitados y alanceados por los nativos, también
mataron a diez soldados y una mujer, quemaron templos en muchos lugares de
la sierra. Parecía que años de trabajo misionero se habían convertido en
cenizas.
Muy seguido iba a la ciudad de
Zacatecas, y como en Guatemala y Querétaro, predicaba en las calles, confesaba
a todos los que se lo pedían y cantaba el Alabado. Un domingo iban a
“apalearlo” allí los comediantes del Coliseo de San Juan de Dios, porque
estando ya para comenzar su representación, llegó fray Margil con fray José de
Castro y un lego cantando una letanía, y sin querer, se llevaron al público que
los siguió al templo del Hospital. En el
camino de Guadalupe a Zacatecas, Fray Margil sembró cruces a manera de una vía
dolorosa, la que sembró con sus lágrimas y sus rezos.
Con frecuencia Fray Margil decía: “Perseverar, hasta darles la fe en Jesucristo
o nuestra propia vida”, “la mejor señal de amor es padecer y callar”.
También decía “Cristo vive en mí”. Cuando escribía algo referente al Evangelio
aclaraba: “Jesucristo escribió”... Si predicaba, decía: “Jesucristo habló así:”.
El siempre se consideró y se refería a él
como “la misma nada”. En sus sermones decía “Jesús dice”. Todo esto hablaba de
su humildad, nunca se apropiaba palabras, méritos
o frutos de su trabajo misionero, decía al regresar con sus hermanos al
convento “Ya hizo su misión Jesucristo”. Decía que las dos esencias del evangelizador
eran: verdad y ejemplo. Su vida fue paralela al amor que predicaba.
Yendo de camino a Querétaro se detuvo
en una hacienda, cuya dueña lo invitó a comer, aunque dudaba de la austeridad
de vida y santidad de Fray Margil, y
viéndole comer con tantas ganas, comentó
para sus adentros: ¡Para ser santo, bien que come el Padre! Fray Margil adivinó
aquellos pensamientos, y mirándola con mesura, le dijo disimulado y sonriente: “Cuando ando en las misiones, como raíces de
yerbas, ahora que puedo, alimento al hermano asno para que tenga fuerzas,
porque “si no le damos de comer al burro
nos dejará en el camino”.
En el confesionario en la cátedra sagrada, en la
conversación, siempre le hacía propaganda a Doña Nada (la Virgen María). Entre
los elogios que le hacía tenemos estas palabras: “Es tan eterna y tan inmensa
como el mismo Dios, y… tan hermosa, que sacó a Dios de sí con un fruto: Jesús.
Y la buena Señora Doña Nada –María- se quedó tan nada y tan virgen, antes del
parto, en el parto, como después del parto; y esto, la misma Señora lo
confiesa: «hizo en mí el Todopoderoso cosas grandes, porqué?, porque
miró la humildad, la nada de su sierva».
También decía fray Margil
“Correspondámosle a Jesús con puro amor, mostrándole con obras –así como Jesús
con obras nos mostró sus amores- y no con buenas razones… “Acompañemos todos a
Jesús. El solo sea el misionero y nosotros sus jumentillos” … “Espero en el
Señor, para que estas ovejas conozcan a su buen Pastor”.
Más que gente parecía ave, pues
parecía volar, más que caminar: cuéntase que un día corrió en pocos minutos una
legua para ir de Zacatecas a su Colegio en Guadalupe a cantar la Salve; y no fue solo, sino
que, prendido a su hábito, se llevó a otro fraile, que llegó tan lleno de susto
y de mareos, que en vez de ir al coro, se metió enfermo en la cama. Parece que
aquella ligereza en el andar se la había concedido el Señor Jesucristo. A fray
Margil se le llamó el de los pies
“alados”, porque como tenía la caridad tan en su punto, parecía que se
calzaba alas para acudir a ayudar a sus hermanos necesitados.
Estando en Oaxaca, a orillas de un
río, encuentra a un hombre que era correo a caballo que por la furia de la
corriente no podía atravesar. “Dispón tu cabalgadura –le dice fray Margil- que
has de pasar con la ayuda de Dios". El jinete obedece. A medida que avanza
río adentro oye las voces que le da Margil, animándolo a llegar hasta el otro
lado, y cuando llega a la otra orilla se dispone a volver para agradecer a fray
Margil; se lleva la sorpresa al ver que está junto a él, sonriendo y sin
señales de haberse mojado al pasar el caudaloso río.
Las dos mil quinientas cruces que dejó
en las tierras americanas, especialmente en la Sierra Lacandona, se yerguen
proclamando el recuerdo de sus viajes por las comarcas ricas en cacao y madera
fina. El padre Margil se conformaba con frijoles y tortillas, y como lujo en
adviento el sorbo de chocolate. Para evangelizar, primero agrupaba a los
indígenas en ciertos lugares donde iba fundando pueblos, los organizaba para el
trabajo, fomentó la agricultura, la ganadería, la industria y las
artes, implantaba sistemas de riego para la agricultura, o suministro
de agua para los pobladores del lugar (muchos acueductos fueron construidos por
fray Margil y sus compañeros).
Lleno de caridad se acercaba a los
pecadores para llevarlos a Dios. Se cruzó con fray Margil un famoso bandido, el que le preguntó a
dónde iba. Margil le contesta “camino a la gloria”. Y yo, ¿a dónde camino?
Preguntó el bandido. También para la gloria le respondió el religioso. ¿Cómo
será posible con esta vida que llevo? Muy fácil, deja esos malos pasos y haz
una buena confesión. El bandido continuó su camino al lado de Margil y poco
tiempo después, arrepentido, pidió la confesión. Hizo confesión de toda su
vida. Fray Margil escribió un papel que cerró y entregó al penitente, con
instrucciones de llevarlo a cierto convento y entregarlo en las propias manos
del Guardián. El hombre pregunta cuál será su penitencia. “El que te duelas de
tus culpas y ofrezcas a Dios los pasos que des al convento pidiendo su
misericordia”. Llegó al convento, feliz de haberse confesado. Entregó el
mensaje al Guardián y mientras éste lo leía, el hombre cayó repentinamente
muerto a los pies del Guardián. El mensaje decía: “Dará usted cristiana
sepultura al portador de este mensaje”.
1711 - 1712
Una vez terminado su periodo como Guardián, se le
encomendó la imposible conquista del Nayar. En 1711 se le pidió ir a Nayarit, lugar que había sido muy difícil
para los conquistadores españoles. El Consejo del Rey pidió que se
conquistara esta región y que la parte evangelizadora la hiciera fray Margil.
El siempre abogaba a favor de los indios. Su experiencia de conquistador le
había dado una fórmula: “Que siempre preceda la paz”. Al acercarse al lugar, fueron advertidos por
emisarios del rey Nayarit de que se retiraran y les comunicaron su
decisión de no ser cristianos. Sin embargo, más adelante les salieron indios
armados con lanzas y machetes y con grandes amenazas los conminaron a no
seguir. Fray Margil y fray Luisse pusieron de rodillas esperando la muerte. A pesar de esto, con
insultos los dejaron, respetando su vida y se marcharon.
Fray Margil, experto evangelizador, acostumbrado a
amenazas de nativos, expuso su vida muchas veces, pero comprendió que nada se
conseguía exponiendo tercamente la vida. En las misiones del Nayar,
sufrió fray Margil su primera derrota como conquistador de corazones. Pasada la
noche, regresaron a Guadalajara.
(Nota): Sin embargo, por la
gracia de Dios, ahora en ese lugar existe la Misión del Nayar, llamada Santa
Lucía, a cargo de los hermanos de fray
Margil de la orden franciscana, con una Prelatura (el obispo es un padre
franciscano) y 5 parroquias. Conocemos a
Fray Jorge, que en dos ocasiones, cerca de Navidad, acude a este Colegio
Margil, a solicitar de padres y alumnos: oraciones, bolos, juguetes y ropa de
invierno para esa Prelatura. Tiene un centro de catecismo en una de esas cinco
parroquias, donde hay alrededor de 120
niños. ¿Puede la Comunidad Margilista solidarizarse y “adoptar” esa “Misión” en
la que nuestro “caminante de los pies alados” casi pierde la vida, pero ahora fray Margil después de muchos años logró entrar
al Nayar gracias a sus hermanos franciscanos?
1712 - 1716
Por Coahuila y Nuevo León. Después de varios viajes a Querétaro y
México, en 1714, a la edad de 57 años, flaco, calvo y encorvado
seguía caminando a pie, pero no había perdido su firmeza y su alegría.
Inicia su fructífera misión hacia el Norte, acompañado de Fray
Matías. Hasta estas fechas, el Colegio de Guadalupe no había fundado
ninguna misión en el norte, las que existían, fueron fundadas por misioneros
del Colegio de la Santa Cruz de Querétaro. Cuando fray Margil fue Guardián del
Colegio de la Santa Cruz, había enviado misioneros al norte coordinados por los
frailes Miguel Fontcuberta y José Díez,
sus compañeros en el viaje de España a América. Se habían fundado
algunas misiones, pero con el tiempo no hubo misioneros para sostenerlas. El
padre Margil tenía la inquietud de ir a esos lugares. Va a Saltillo, Monterrey, Boca de Leones, Sabinas, Linares.
La meta de sus deseos era Texas. Fray
Margil funda en 1716 el
Hospicio para los Misioneros Guadalupanos en Boca de Leones, al norte de
nuestro país y sur de Estados Unidos. Hacía dos años que había salido del convento
de Guadalupe con la intención de fundar misiones y las dos que fundó no habían
prosperado, habían sido arrasadas por los franceses. Sin embargo, predicaba y
vivía cerca de las chozas de los poblados del norte.
1716 – 1722
Ante la falta de
misioneros se pide ayuda a los Colegios de Querétaro y Zacatecas a la que se
unió una caravana texana para poder pasar el Río Grande (Río Bravo). Margil estaba tan solo, que él mismo había
cavado la fosa de su último compañero para darle sepultura. Para colmo de males se perdieron las cosechas
de los indios y un cargamento de semillas que les habían enviado se lo llevó la
corriente del río. Caminaba solo y enfermo por el desierto. Le había atacado
fiebre y apenas podía andar. Fue tal su necesidad de alimento que un día llegó
a comer carne de cuervo. Por fin lo encontró la caravana y fue tal su gravedad
que nuevamente recibió la Extremaunción.
Como todas las
misiones del padre Margil se establecían en medio de grandes penurias y
problemas y las de Texas no fueron la excepción. A pesar de todo en 1719 se habían establecido en Texas 6
misiones. La Providencia fue dando impulso a aquellas misiones que tanto
esfuerzo habían costado.
Con las dificultades de la distancia, sin medios de transporte, sin
conocimiento del idioma, costumbres y mentalidad de los indígenas, iba
Fray Antonio y sus compañeros llevando a los nativos el mensaje de Cristo. El padre Margil pudo llegar hasta Luisiana. Trabaja, ora, confiesa, construye
capillas. El sistema de riego que hay en San Antonio, Texas, es básicamente el
que estableció fray Antonio Margil de Jesús.
Estaba muy contento en estos lugares y pensó morir en
aquellos bosques, allí experimentó una
gran paz, le parecía un rincón apartado de los ruidos del mundo, estaba cansado
de andanzas , viendo a Dios en los crepúsculos y en las auroras. El hubiera
querido entregar el alma en aquel lugar. Ya estaba viejo y tenía hambre de silencio.
Pero la santa obediencia lo arrancaba una vez más de la vida contemplativa para
regresarlo al bullicio, a los caminos y al mundo de los demás. Fue llamado
a Zacatecas tras su ausencia de 8 años, para hacerse cargo nuevamente como Guardián del Colegio de Guadalupe durante
otros 3 años.
1722 - 1726
Regresó todavía a pie (en el año de 1721) y cuando volvió a su Colegio de Guadalupe
empezó a prepararse para “ir a ver a Dios”... había cumplido sesenta y ocho
años. Pero ni entonces se entregó al descanso. Su fama de santo y predicador se
extendía ahora por toda la Nueva España, donde los franciscanos habían fundado
misiones.
Concluidos sus 3 años como Guardián, fue llamado
nuevamente a Guadalajara y Morelia y no quiso negarse. El 16 de octubre de 1725, acompañado
de Fray Simón del Hierro, partió de Guadalupe. Al pasar por la Hacienda de Bernárdez,
bendijo a Zacatecas desde una loma y llorando partió a Guadalajara, con su
salud muy quebrantada. Al pasar por la
hacienda de la Quemada bendijo a sus habitantes (a los que les enseñó a saludar por la mañana con un: ”Ave María
Purísima, que se conserva hasta ahora) y continuó a Guadalajara. A pesar de
su salud quebrantada predicaba en cada lugar. De allí pasó a Valladolid (ahora
Morelia) en donde organizó la que fuera su última misión de varios días. Hubo
tanta gente que no cabía en la Catedral.
Fue después a Querétaro donde se puso muy grave y le
mandaron que fuera a curarse a la enfermería del convento de San Francisco en
la ciudad de México, recibiendo la Extremaunción. El día 31 de Julio celebró su
última misa, en Tepeji del Río, Querétaro. Luego le atacó pulmonía por
pisar charcos de lluvia cuando ya ardía en fiebre. El viernes 2 de agosto al
caer el sol, arrastrando los pies, ayudado por los frailes, entra en el
Convento de San Francisco en México. El día 3, alegre y lleno de paz, repetía:
“¡Dispuesto está, Señor, mi corazón, dispuesto está!”.
El día 5 de agosto, sintiendo ya próximo su regreso al
Padre, le dieron a besar una imagen de Nuestra Señora de los Remedios y, al
devolverla, dijo: “¡Hasta mañana!” y para cumplir con aquella cita, al día
siguiente, 6 de agosto de 1726
murió, emprendiendo el último de sus viajes. Sus últimas palabras fueron: “Ya
es hora de ir a ver a Dios”. Murió antes
de las dos de la tarde en una gran paz y calma. A las tres de la tarde de aquel 6 de
agosto, la campana mayor de San Francisco doblaba a muerto, y poco a poco, fue
llenándose el aire con voces de campanas que anunciaban el último viaje de fray
Margil. Por el gran número de personas
que asistió a su funeral, estuvo su cuerpo dos días y medio sin sepultura y no despidió mal olor. Inexplicablemente, su
estaba caliente. La gente lo cubrió de
aromáticas rosas.
Después de una Misa solemne fue sepultado en el
presbiterio, al pie del altar. En su tumba fue grabada una inscripción en latín
que traducida dice: “Aquí está sepultado el venerable siervo de Dios, P. Fr.
Antonio Margil: misionero, Prefecto y Guardián de los Colegios de Propaganda
Fide de la Santa Cruz
de Querétaro, de Cristo Crucificado de Guatemala y de Santa María de Guadalupe,
erigidos en esta Nueva España, fue famoso en virtudes e ilustre en milagros.
Murió en este célebre convento de México el día seis de agosto del año del
Señor de mil setecientos veintiséis”.
1983
La exhumación de los restos del Padre Fray Margil se
realizó el 24 de octubre de 1983,
encontrándose intactos tanto la urna como los restos del Padre Margil. Fray
Margil inició su viaje póstumo el día 26 de octubre, rumbo a San Juan del
Río, Qro., la ciudad de Querétaro, San Luis Potosí, Aguascalientes, llegando a
Zacatecas el 31 de Octubre a las 5
de la tarde. Frente a la Universidad. Recibieron los restos de fray Margil: los
sacerdotes diocesanos, la comunidad franciscana de Guadalupe, varios colegios
con sus bandas de guerra, la
Banda de música del Estado y muchos fieles, marchando en
procesión a la
Catedral Basílica. Los restos de Fray Margil iban en hombros
de los frailes.
El día 1º. de Noviembre a las 5 de la tarde, en un
cortejo triunfal partieron los restos de fray Margil hacia el convento de
Guadalupe de Zacatecas, el Colegio apostólico que él había fundado; acompañado
por el Delegado Apostólico de la
Santa Sede, don Gerolamo Prigione y el Sr. Obispo don Rafael
Muñoz Nuñez. Recibieron el cortejo frailes y novicios de Guadalupe, de
Querétaro y de otros conventos de la Provincia de Guadalajara, iniciando una
solemne concelebración eucarística.
El que recorrió
grandes distancias en América, desde Luisiana hasta lo que ahora es Panamá; fue
exhumado y después de doscientos cincuenta y siete años de su paso a la
eternidad, vuelve a Zacatecas en itinerario póstumo e imprevisto. Ni Talamancas
ni Choles, ni Lacandones ni Coras, ni los Tejas sino los Zacatecas, tuvieron el
privilegio de recibir los restos de Fray Margil para que descansara después de
veinticuatro mil kilómetros recorridos, durante 43 años... ¿por qué Zacatecas
si él deseó quedarse en La Talamanca o en Texas?
¡Convento de
Guadalupe, Dios y María Santísima añaden la gracia de conservar el cuerpo de tu
fundador, vuelto a ti después de interminables caminatas anunciando a su amado
Jesús crucificado, muerto y resucitado! Los restos de Fray Margil
están al lado derecho del altar del templo del Convento de Guadalupe. Existen
en el museo privado de los franciscanos algunas reliquias como sus
sandalias, trozos de su hábito, su cantimplora, el báculo, una imagen que
siempre llevaba a sus misiones, el cáliz donde consagraba y su crucifijo, entre
otras cosas.
En 1769, se pidió al Papa Clemente XIV que se examinaran
como pruebas para su canonización sus virtudes y milagros. El Papa Pío VI a
fines de ese mismo siglo recibe nuevas solicitudes y peticiones. El Papa
Gregorio XVI declaró que “eran notorias las virtudes en grado heroico del
venerable siervo de Dios” y lo declaró “Venerable”. Mandó publicar este Decreto el 31
de Julio de 1836. Pero la Iglesia Católica espera nuevos estudios y
milagros científicamente comprobados para su canonización.
Nuevamente se ha abierto la causa de su beatificación al
enviar a la Santa Sede
los datos de un milagro certificados por un médico y nuestro Señor Obispo don
Fernando Chávez Ruvalcaba. La causa está siendo promovida por fray Octavio de
la Cruz.
“Los católicos americanos, desde Texas hasta Panamá, estamos agradecidos
y tendremos que releer el mensaje que en
el plenilunio de la evangelización nos dejó el Padre fray Antonio Margil en las
piedras, en los bosques, en las zonas desérticas, ríos, abrojos y espinas, en
las estrellas, en el amanecer y en el crepúsculo”.
“ Y si entendimos el mensaje, habremos
de convertirnos de evangelizados en evangelizadores” [1]
Bibliografía
Eduardo Enrique Ríos, Antonio Harizón y José Guerra
(Franciscanos)
Sánchez García, Eladio Prado, Vázquez, Arricivita, Espinoza, Ximénez y
Vilaplana (Biógrafos y Cronistas)
[1] Síntesis: Lic.CR María del Rosario Valerio Quintero,
Coordinadora del Departamento Humano Católico del Colegio
Margil
*. Lo escrito en cursiva
se agregó a esta biografía en el año 2013, los datos fueron tomados de la
biografía “Fray Margil de Jesús, Apóstol
de América”, de Eduardo Enrique Ríos.
La misión del Colegio Margil es formar personas comprometidas
con la Iglesia y la sociedad. Funciona desde 1908.